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  • Mauricio Hernández*

¿Comparamos lo que es importante comparar en México?


Comparemos a México con otras naciones

Una forma inmediata de tomar distancia de un fenómeno, observarlo y replantear nuevas interrogantes es, sin duda, la experiencia comparada. La necesidad de esta experiencia incluso es mayor cuando este fenómeno es la situación de un país, de una sociedad cuya nación ha transitado bajo distintas narrativas en un lapso de tiempo. Migración, narcotráfico, democracia, libre mercado, medio ambiente, inseguridad, alimentación y cualquier otro tema que nos hace pensar, a grandes rasgos, que lo vivido en México es algo “similar” a lo que acontece en otras latitudes o viceversa.

Definitivamente, la relación de nuestro país con el vecino del norte nos ha marcado en distintos niveles, cada vez más profundos o invisibles. Usualmente tenemos la noción de ver hacia el norte, sus ciudades, infraestructura, servicios y luego traducir esto en un déficit sobre lo que debería tener nuestro México. Damos por sentado que otras realidades no imperan y que domina aquella del vecino, incluso, aquella del vecino en su cara más urbana y desarrollada.

Desde la hermandad latinoamericana practicamos el mismo ejercicio cuando viajamos a otras ciudades, ya sea Buenos Aires, Bogotá, Lima o un largo etcétera. Posiblemente ahí, nuestro marco de comparación se ajuste aún más a otros procesos -principalmente históricos y sociales- donde el revisionismo sobre la realidad mexicana encuentra explicaciones más similares. Asuntos como la pobreza, el mercado informal o la religión tienen ámbitos que se comunican entre sí de cierto modo.

En ocasiones estos comparativos sirven para reafirmar lo que el propio país, en este caso México, es o no es, de manera aún más categórica. Me explico. Al visitar medio oriente, por ejemplo, uno identifica que algún país es religioso o muy rico, e incluso la evidencia refuerza la idea que otro, puede ser México, no lo es de igual forma. En el agregado, el resultado de la comparación es tan evidente que uno genera categorías donde el asunto simplemente existe o no existe. Si bien esa apreciación no es del todo correcta, a primera vista.

Luego tenemos otros ámbitos de comparación donde la propia globalización marca la pauta entre los países. Principalmente en términos económicos y de comercialización, están las referencias sobre la presencia de ciertos servicios, empresas y marcas que nos hacen sentir parte de un mundo global. Ya sea que uno esté en Berlín, Sao Paulo o Panamá, hay parámetros de referencia sobre sistemas de transporte o comportamientos sociales en determinados sectores de la ciudad. No hablemos de centros comerciales o malls, donde esta comparación es cada vez más fácil de llevar a cabo.

En conclusión. Uno se puede perder en un sinfín de aspectos que son materia de comparación, análisis y reflexión. Igualmente, uno se puede confundir y generar una visión “malinchista” que modifique el punto de partida de estos procesos. Por ello cabe reflexionar en dos aspectos generales: la relevancia del ejercicio de comparación y, en una visión más crítica, la calidad de este ejercicio.

¿Por qué es importante la comparación como punto de referencia para la realidad de un país?

En primera instancia, como politólogo, diría que su relevancia radica en el hecho que todos los países se constituyeron, en un inicio, bajo la idea de un Estado-Nación. Es decir, tuvieron un mismo dilema para garantizar ciertos estándares a su población —básicamente de seguridad— y para ello fundamentaron una relación entre el territorio, su población y la administración de éstos. En otras palabras, prevalece una inquietud respecto a conocer qué nivel de desarrollo ha alcanzado un país a partir de este punto de partida.

Desde otra visión, diría que la comparación es relevante en el mundo actual por los procesos complejos, esos que se conjugan con elementos históricos, sociales o de la propia globalización, para identificar ciertas ventajas que una sociedad goza y que no está dispuesta a perder. Al final, una síntesis de esta noción es el tipo de relación que existe entre el Estado y la sociedad, cómo prevalece y se modifica, independientemente de su riqueza.

¿Cómo se valora un territorio o región en dicho país?

Con esta reflexión me despido en este texto.

Aprovechemos la complejidad de nuestro México y de otros países, para así profundizar en estos procesos de comparación y ubicar elementos que permitan conocer las verdaderas relaciones o modelos de Estado-Sociedad que vivimos actualmente. Si bien lo podemos hacer a través de los viajes, que es lo más enriquecedor, también podemos involucrarnos a través de los medios de comunicación, la prensa, o las redes sociales. ¿Cómo se valora un territorio o región en dicho país? ¿Qué importancia tienen las generaciones pasadas y futuras de esa nación? ¿Qué papel tienen los recursos naturales para la sociedad actual de ese país? ¿Cuáles son las principales diferencias entre el Estado de ese país y el tuyo? ¿Cómo afectan las acciones de ese Estado a su sociedad? ¿Qué tipo de gobierno tiene ese Estado?

Lo importante es saber que “hubo algo antes y hay algo más allá del México que vivimos actualmente” y qué algo similar se encuentra en otro lugar del mundo, incluso en este preciso momento. Sin estos parámetros de referencia, desafortunadamente, las dinámicas internas de un país -como aquellas vinculadas con el proceso electoral mexicano- nos limitarán cada vez más para construir nuevos futuros y evitar viejas realidades.

*Mauricio Hernández estudió políticas públicas, ha trabajado en temas de rendición de cuentas, educación y democracia desde el gobierno. Actualmente está vinculado en proyectos del LID relacionados con participación ciudadana y transparencia.

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