En esta ocasión escribo desde la ciudad de La Paz, en Bolivia, donde me encuentro haciendo una investigación sobre buenas prácticas de resiliencia urbana. El término se refiere a la capacidad de los sistemas urbanos para absorber choques y perturbaciones –sobre todo catástrofes naturales como inundaciones o terremotos, pero también crisis sociales–, y mantener su funcionalidad. La política de resiliencia de La Paz ha sido celebrada internacionalmente, y por ello es valioso estudiarla de primera mano.
La Paz es una ciudad única, tanto por su geografía como por sus procesos de urbanización. La ciudad está asentada sobre un cañón, un hundimiento de la tierra que se conoce como la hollada, formado por la erosión causado por 6 cuencas hidrológicas que se componen de 364 ríos. Durante los años 50 y 60 se dieron fuertes migraciones del campo a la ciudad y el territorio apto para construir se agotó rápidamente. Los nuevos habitantes se asentaron de forma irregular sobre las laderas de la hollada, creando asentamientos informales en sitios considerados no aptos para la construcción.
Este tipo de urbanización subsiste hasta hoy. En la ciudad operan los llamados loteadores, que ocupan ilegalmente los espacios desocupados de las laderas, los fraccionan, y los venden. La gente compra estos terrenos, los ocupa, y comienzan a construir sus viviendas por sí mismos. Se crean asentamientos informales, y la lucha de los nuevos habitantes es primero por quedarse en el terreno que están ocupando, luego por obtener títulos de propiedad, y finalmente por obtener infraestructura y servicios públicos de la ciudad.
En La Paz, este proceso de urbanización genera lo que se conoce como “la construcción social de la vulnerabilidad”. Por un lado, la mayor parte del territorio de la ciudad es susceptible de algún tipo de amenaza natural. Por otro lado, la autoconstrucción informal del espacio urbano pone a la población en vulnerabilidad ante las amenazas. Estos dos factores se conjugan para crear el riesgo. De acuerdo con el último mapa de riesgos elaborado por la ciudad, el 72 por ciento de la mancha urbana se encuentra con riesgo moderado, alto, o muy alto.
En un territorio donde llueve durante seis meses del año, las características geográficas generan dos tipos de riesgo. Por un lado están las crecidas súbitas de los ríos que desbordan los sistemas de alcantarillado y corren sobre las calles. En 2002 hubo una intensa lluvia con granizada que provocó la crecida y desbordamiento del Choqueyapu, matando 68 personas. Por otro lado, la erosión del suelo provoca deslizamientos de tierra que se han llegado a llevar barrios enteros. En el 2011 sucedió lo que se conoce como el megadeslizamiento, en el que la zona de Papahasi y Callapa se deslizó, dejando a 6 mil personas sin hogar.
Ante estos eventos, la ciudad de La Paz ha creado una estrategia integral que es operada por su Secretaría Municipal de Gestión Integral de Riesgos, y que absorbe 30 por ciento del presupuesto anual de la ciudad. La estrategia incluye un programa permanente de construcción de infraestructura para canalizar los ríos y para apuntalar las laderas de la ciudad. También incluye un sistema de alerta temprana de amenazas con sensores y cámaras instaladas en los puntos críticos de la ciudad, y que son observadas desde una sala de monitoreo que opera permanentemente con personal listo para reaccionar.
La estrategia de La Paz ha sido galardonada internacionalmente, y a ciudades como Guadalajara nos conviene aprender de los avances en ciudades con mucho más camino recorrido en la implementación de políticas de resiliencia urbana.
Columna de LID para El Diario NTR de Guadalajara
*David López García es Coordinador General de LID