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  • David López García*

La trampa de la movilidad urbana en la Ciudad de México


Llevo 3 meses haciendo trabajo de campo en la Ciudad de México para mi tesis doctoral. Todavía tengo un mes y medio por delante en la ciudad, pero regresaré en el verano de 2019 para seguir levantando mi investigación. Mi proyecto de investigación lleva por nombre: “Personas, empleos e infraestructura de transporte en la Ciudad de México”. El objetivo de esta entrega para CuartaMx es escribir por primera vez lo que me parece que está pasando en esta ciudad, y que seguramente será la tesis que sostendré en mi disertación. Cualquier retroalimentación es muy bienvenida. Aquí voy.

La Ciudad de México tiene graves problemas de movilidad urbana y eso no es sorpresa para nadie. Pero los problemas no son nuevos, comenzaron por lo menos desde la década de los cincuentas cuando la ciudad se industrializó de manera acelerada por la política de substitución de importaciones. El acelerado incremento de la actividad industrial trajo consigo una importante ola migratoria con su correspondiente producción de espacio urbano. La expansión urbana puso presión a la capacidad de la ciudad para transportar de manera efectiva a sus nuevos habitantes.

La Ruta 100

Como resultado, la Ciudad de México fue objeto de una importante intervención del Estado en temas de transporte público durante el periodo que comprende desde finales de los sesentas hasta finales de los ochentas. En este periodo se hicieron importantes inversiones en el sistema de metro de la ciudad y hasta se expropió el pulpo camionero para crear la Ruta 100, una empresa de transporte público de propiedad totalmente estatal. Pero aquel buen momento del transporte público pasó, y desde principios de la década de los noventas la preocupación por el transporte público se fue desvaneciendo. La Ruta 100 se declaró en quiebra para después concesionarse, y la construcción del metro se ralentizó considerablemente.

No fue sino hasta principios de los años dos miles que se retomó la inquietud por mejorar la movilidad, pero ahora de la mano de la preocupación por la mala calidad del aire. Desde entonces se han retomado las acciones públicas por mejorar la movilidad de la ciudad a través de construir infraestructura vial -como los segundos pisos del periférico y las vías elevadas-, la implementación del nuevos esquemas público-privados para incrementar la oferta de transporte público -como el metrobús y el mexibús- o la promoción de nuevas alternativas de transporte no motorizado -como la ciclovía de Reforma o el sistema de bicicletas públicas Ecobici-.

Derecho a la movilidad

La discusión sobre el trasporte en la ciudad volvió a sufrir una nueva transformación a mediados de la presente década. Ahora, la discusión se está orientando hacia reconocer y garantizar el ‘derecho a la movilidad’ de las personas que habitan la ciudad. Es decir, que el Estado debe garantizar que las personas se puedan mover a través del espacio urbano para realizar sus actividades económicas, sociales y culturales. Cómo garantizar este derecho es una discusión que aún se está dando y que está lejos de ser resuelta: aún se discute cuál debería ser la combinación ideal de modos de transporte y las modalidades a través de las cuales el Estado puede garantizar el derecho.

Como resultado de todo este debate el concepto de ‘el viaje’ está ganando supremacía. La configuración de la acción pública se está enfocando en resolver ‘el viaje’ de las personas. Esto no tiene nada de malo en sí mismo, pero me parece que concentrar la atención en el viaje está restando atención a otros aspectos que también son importantes para comprender de forma más integral las implicaciones la movilidad urbana: específicamente me refiero a cuáles son las razones detrás de la existencia de ‘el viaje’.

Los elementos del viaje

Mi propuesta es que para comprender bien la movilidad de la Ciudad de México tenemos que ampliar la discusión para visibilizar la interacción entre tres elementos. El primero sí es el viaje, está bien. Pero el segundo es ‘dónde’ se origina el viaje y el tercero es ‘el destino’ del viaje. Estos elementos son muy complejos porque tienen que ver con agendas de investigación que normalmente se estudian por separado y desvinculadas de la agenda de movilidad urbana.

Para analizar estos elementos faltantes en la discusión voy a traer unos datos de contexto. De acuerdo con la última encuesta origen-destino levantada por el INEGI en el 2017, en un día entre semana en la Ciudad de México se realizan 34.56 millones de viajes, de los cuáles el 47.3% son para regresar al hogar y el 22% son para ir al trabajo. Es decir, que prácticamente el 70% de los viajes que se realizan en la Ciudad de México tienen que ver con el “lugar” en el que residen las personas y el “lugar” en el que trabajan. Esto significa que, contra la supremacía de “el viaje” en la discusión sobre la movilidad urbana, también hay que agregar a la discusión “el lugar”. Es decir, desde donde se hacen los viajes y cuál es su destino.

Discutir sobre el lugar

Por un lado, la discusión sobre “el lugar” en el que se localizan los hogares tiene que ver con las áreas de investigación sobre la producción del hábitat y la política de vivienda. Esta agenda de investigación está más orientada a discutir los procesos de urbanización informal, las lógicas del mercado inmobiliario y los esfuerzos del Estado por proveer vivienda de interés social. Por otro lado, la discusión sobre dónde se localizan las fuentes de empleo tiene que ver más con la literatura sobre economías de aglomeración y urbanización, con los esfuerzos del Estado para fomentar cierto tipo de actividad económica, o con las lógicas detrás del funcionamiento de la economía informal.

Pero el problema es que estas tres discusiones se están dando en sus respectivas arenas académicas y esferas públicas. Desafortunadamente, estas tres conversaciones rara vez se juntan. Pero unir estas tres discusiones sería muy conveniente para el campo de la movilidad urbana. Lo que estoy sosteniendo es que si pensamos en la interacción de estos tres elementos y sus implicaciones para la movilidad urbana -el lugar de residencia, el lugar de trabajo y el viaje-, entonces podemos comenzar a confeccionar otros tipos de hipótesis que quizá nos revelarían historias más ricas sobre lo que está pasando en la Ciudad de México, y que nos ayudarían a diseñar mejores políticas urbanas.

Desigualdad intra-urbana

He pasado los últimos tres meses pensando en esta interacción -el lugar de residencia, el lugar de trabajo y el viaje-, y en cómo puede tener una influencia sobre los patrones de desigualdad intra-urbana. Como resultado, he desarrollado la hipótesis que voy a compartir a continuación y que orienta mis esfuerzos de investigación. La hipótesis se tiene que leer como una serie de pasos en una cadena causal que desde mi punto de vista está produciendo una trampa de desigualdad en la Ciudad de México:

1-. Los hogares que están localizados en zonas de la ciudad que carecen de infraestructura de transporte público tienen menos acceso a las actividades económicas de la ciudad. Estos hogares están en desventaja respecto a los hogares localizados en zonas de la ciudad mejor conectadas. Sin embargo, la localización de las personas en estas zonas que están más desconectadas no es coincidencia, sino el producto de la interacción entre el tipo de actividad económica de los hogares y el precio de la vivienda. Las implicaciones de esta cadena causal están reproduciendo una condición de desigualdad entre los hogares de la ciudad.
2-. Por un lado, el precio de la vivienda en las zonas más desconectadas del transporte público tiende a ser más barato, por lo que estas zonas tienden a atraer a personas con más bajos ingresos que normalmente también poseen menos niveles educativos. Las personas con mayores niveles educativos y con trabajos mejor pagados sí pueden pagar el precio de vivir en zonas de la ciudad mejor conectadas.
3-. Por otro lado, las personas que viven en zonas más desconectadas del transporte público tienen que gastar más dinero para moverse por la ciudad. En muchas ocasiones, las personas en este tipo de zonas tienen que tomar más rutas para poder conectarse con sus destinos. Además, las rutas de transporte público en el Estado de México tienden a costar más del doble que las rutas al interior de la Ciudad de México.
4-. La interacción entre los altos costos de transporte y los bajos ingresos hace que las personas que viven en zonas más desconectadas del transporte público tengan que gastar una mayor proporción de sus ingresos mensuales en transportarse. Esto se debe al siguiente mecanismo: cuando las personas tienen trabajos mal pagados, llegar a sus trabajos implica gastar una considerable cantidad de dinero, por lo que los costos asociados al transporte absorben una mayor proporción de su presupuesto mensual. Es decir, a los hogares más pobres y ubicados en zonas más desconectadas de la ciudad les cuesta más dinero poder acceder a sus actividades económicas que a los hogares mejor conectados.
5-. Este ciclo implica una trampa de pobreza y desigualdad de la que es muy complicado salir. Al gastar una mayor proporción de su ingreso mensual en transportarse, estos hogares tienden a invertir menos en incrementar los niveles educativos de la siguiente generación o en acumular bienes. Por el contrario, los hogares que se encuentran en zonas mejor conectadas -y que de entrada ya contaban con mayores niveles socioeconómicos que los hogares más desconectados porque precisamente pueden pagar el vivir en zonas mejor conectadas- sí pueden invertir una mayor proporción de su ingreso en la educación de la siguiente generación o en bienes.

Aún sigo en el proceso de refinar este argumento y de recopilar la evidencia empírica que me permita sostener mi tesis. Pero, sobre todo, sigo en el proceso de encontrar soluciones de política urbana que nos permitan sacar a las personas de la trampa de pobreza y desigualdad que acabo de describir.

Colaboración del LID para CUARTA

*David López García candidato a doctor en políticas públicas urbanas por la New School de Nueva York y coordinador del Laboratorio de Innovación Democrática (LID).

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