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  • David López García*

No somos tres, somos todxs


Con dolor e indignación, y con respeto y solidaridad hacia los familiares de Javier, Jesús y Marco, escribiré dos reflexiones sobre la aterradora noticia que recibimos la noche del lunes.

Primero, la desaparición de los estudiantes de cine del CAAV generó un torbellino en los medios de comunicación y la opinión pública, pero desafortunadamente este tipo de desapariciones suceden prácticamente todos los días a lo largo y ancho del País. El último incidente que provocó una movilización social significativa fue la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en septiembre de 2014. Desde entonces ningún otro caso había generado tanta conmoción.

Sin embargo, y tristemente, no hace falta más que darle una hojeada a cualquier diario del país para darse cuenta de que este tipo de desapariciones son mucho más comunes de lo que pensamos. Prácticamente, y sin exagerar, no hay una sola semana que no se reporte en los medios el descubrimiento de alguna narcofosa. Algunas de ellas con cantidades de personas inverosímiles.

Esta semana, el presidente de la FEU organizó una rueda de prensa para denunciar públicamente que hay al menos otros seis estudiantes de la Universidad de Guadalajara que también se encuentran desaparecidos desde hace años.

Desafortunadamente, todas esas personas desaparecidas no tuvieron algún colectivo u organización que coordinara una movilización social para encontrarles.

Ya sea que se trate de personas que decidieron participar en la delincuencia organizada, o de personas inocentes que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado, sus desapariciones no dejan de ser igual de aterradoras y escandalosas. Todas esas desapariciones también deben de generar movilizaciones sociales significativas.

Tenemos que comenzar a cuestionarnos

Segundo, este nivel de indiferencia hacia la vida es tan devastador que en lo personal me cuesta mucho trabajo pensar en alternativas —tanto personales como de política pública— para salir adelante como sociedad. La noticia que recibimos ayer se da en el contexto de las campañas para la presidencia y para ocupar las curules en el Congreso y el Senado.

También se da justo un día después del primer debate presidencial, en el que López Obrador se volvió a pronunciar por la amnistía y los demás candidatos se decantaron por continuar con la guerra contra el narco. Me pregunto qué pensarán las y los candidatos sobre sus propuestas tras el desenlace de los tres estudiantes de cine del CAAV.

A Javier, Jesús y Marco los confundieron con miembros de una banda rival. De acuerdo, las confusiones pueden suceder. Pero cuando este tipo de confusiones no se pueden aclarar, ¿qué nos queda? Lo que no me cabe en la cabeza es cómo después de una confusión, la única alternativa posible es ejecutar y desaparecer a los confundidos sin dejar rastro. No. Esta aberración raya en la locura. Tenemos que comenzar a cuestionarnos seriamente si la sed de poder y dinero en el campo del crimen organizado, o si la guerra contra el narco en la que nos hemos embarcado, están teniendo consecuencias sobre la salud mental de los que deciden entrar al mundo del crimen organizado.

Un fracaso rotundo

No estoy seguro si la amnistía que propone López Obrador es la mejor alternativa para frenar la violencia. De verdad cuesta mucho trabajo sentir ánimo de perdonar a personas que son capaces de realizar semejante aberración. Pero lo que sí me queda claro es que la guerra contra el narco de los últimos 12 años es un rotundo fracaso.

Colaboración del LID para Cuarta

*David López García es candidato a doctor en políticas públicas urbnas por la New School de Nueva York y coordinador general del LID.

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