Colaboración de LID para CUARTA
Son las 8:00 a.m. de un día normal, recién despierto y mi conciencia arranca; apenas abro mis parpados, a consecuencia de la alarma de mi celular, la que no deja de sonar. Es molesta porque apenas inició mi periodo vacacional y olvidé eliminar los horarios que había programado habitualmente en mi despertador.
Con horas de ganancia, enciendo el televisor para ver las noticias del día. Lo primero que veo y poco me impacta, es saber que en México la violencia va en escalada y que julio de 2017 ha sido el mes más violento en varios sexenios, inclusive más que en los años de gobierno del ex Presidente de la República, Felipe Calderón. Los argumentos de los presentadores de la noticia son conmovedores, entusiastas, rayan en la indignación.
Sin embargo, esta vez no me siento indignado y mi malestar no aumenta. Quizás porque mi mente aún está aturdida por el sueño y no alcanzo a captar el “verdadero peso” de lo que señalan los presentadores del noticiero. Pero inclusive en mi máximo placer, el más secreto e íntimo (que es disfrutar estar en la cama mucho tiempo después de despertar) esos mensajes logran ponerme a reflexionar y me llaman a actuar políticamente. No lo puedo evitar, pues siempre he estado convencido de que hasta el más íntimo de los actos, como preocuparse sobre los asuntos públicos, implica una actuación política.
Por eso me he decidido a perseguir en esas notas periodísticas el barullo más sórdido de las actuaciones políticas que implícitamente nos lanza la violencia del crimen organizado, casi como dardos con sedantes. Nunca lo había visto de esa manera. En esta oportunidad creo que la violencia desmedida y en escalada, que reportan a diario los noticieros, está repleta de actuaciones políticas, la cuales son casi imperceptibles por el carácter tan personal e íntimo que poseen. Es como si está violencia se burlara de nosotros en nuestra cara y nos mirara retadoramente para ver si logramos escrudiñar su insospechado carácter. La imagino lanzando esta pregunta a diario: ¿quieres saber cómo lucen los ideales cívicos y el gobierno en la realidad política de este país?
Finalmente he correspondido ante tanta insistencia. Y mi respuesta es que la escalada de violencia asociada con el crimen organizado es una alegoría de nuestras creencias colectivas, las más básicas que compartimos actualmente algunos mexicanos sobre el gobierno, la legitimidad de nuestros representantes políticos, sobre nuestro sentido de la seguridad y la buena vida, y acerca de nuestro deber como ciudadanos.
Estas noticias aparecen como “símbolos misteriosos” que no dejan de enviar el mensaje subliminal de que nos estamos gobernando solos, al margen de las instituciones o parasitando sus principales funciones por vías no instituidas. De ello las evidencias sobran. Ciudadanos que se hacen justicia por su propia mano. Aparecen varios grupos de autodefensa en las entidades federativas para garantizar su propia seguridad pública. Algunas decisiones importantes para la población las toman líderes que no pertenecen a las instituciones de gobierno. Gobernantes corruptos que ejecutan decisiones en beneficio personal. La lista puede seguir. Además los noticieros nos recuerdan que, en la larga noche de la violencia organizada, la justicia está dormida y no ocupa su trono. Quien de hecho sujeta la balanza de la paz y la concordia son otros poderes en ausencia de su verdadera ejecutora. Finalmente, la escalada de violencia nos avisa, sin que lo percibamos, que la paz y la tranquilidad han emigrado.
Estas son alegorías de nuestro tiempo, ideas fuertes e importantes, portadoras de grandes mensajes: de los efectos del mal gobierno y, principalmente, de que hasta en nuestra más íntima existencia debemos actuar políticamente como activistas incansables para revertir los efectos del mal gobierno.
Los noticieros nos hacen participes, nos invitan a atestiguar, de manera íntima, la furia que carcome nuestro régimen político. Ilustran descaradamente los vicios que desgarran las prácticas, valores e instituciones democráticas que a cuenta gotas hemos construido. Exhiben, sin más, los vicios de nuestro mal gobierno. Dan cuenta de la avaricia que corrompe a algunos funcionarios públicos de alto nivel; de la vanagloria que ostentan los grupos criminales; de la crueldad con que resuelven sus conflictos particulares, y la inseguridad con que los funcionarios corruptos y los criminales organizados han envenenado a nuestra república.
Las noticias de la violencia también representan que los ideales cívicos, esos que tanto celebramos y anhelamos, han fracasado. La ciudadanía activa está hecha trizas. Los reclamos se manifiestan con timidez, son escuetos. La población está abandonada a su suerte, muchos ciudadanos viven en una suerte de tierra de nadie. Muchas ciudades arden. Los ánimos están alterados y, en medio de la zozobra, reina el temor para muchas personas de muchas localidades del país. La naturalización de la violencia nos lanza cínicamente su mensaje a través de “mantas” que dicen: nadie pasará por aquí sin haber experimentado el temor de perder la vida.
En medio de este montaje, las noticias implícitamente nos recuerdan, casi burlonamente, que la mayoría de los ciudadanos únicamente somos espectadores, audiencia, consumidores de mensajes y que actuamos políticamente sólo en nuestra intimidad. De ese tipo es la contribución del pueblo espectador a la gestación del mal gobierno.
Sin embargo, estas imágenes alegóricas que los noticieros nos lanzan a la cara muy a menudo, también nos recuerdan implícitamente que la democracia efectiva es nuestra arma, que nos otorga el derecho a protestar y a organizarnos para poner fin a la ambición desmedida, a la acumulación inmoral de dinero y poder, por parte de aquellos grupos sociales que han traicionado nuestros valores, nuestra vida y nuestra tranquilidad. Así es como debemos responder a las escenas de violencia desmedida y no solamente con actuaciones políticas en nuestra propia intimidad.
*Mario A. Morales es doctor en sociologia e investigador del Laboratorio de Innovación y Democracia. Así como docente.